Claramente las cenas no pueden estar hechas para sus anfitriones. Quiero explicarme: consideremos al ánimo por organizar fiestas como si fuera una religión totalmente hipotética. En esta religión, la celebración sería el rito central y sus fieles deberían congregarse a recordar un sacrificio y a comer bocadillos bajos en caloría para obtener... digamos... por ejemplo... ¿el perdón? De acuerdo, quien celebre la fiesta, el anfitrión, quien ponga el cuerpo para el martirio, ese será el sacrificio. Además, en esta religión hipotética, también la muerte debiera ser ilusoria para impedir que los fieles inicien una "Carrera del bocadillo por el bocadillo mismo", carrera a la que una muerte impostada podrá devaluar con la posibilidad de un terreno futuro y sin duración al que los hombres puedan derivarse después de ella (y no me atrevo a decir: "después de muertos"). Más allá de eso, el anfitrión (es seguro) inescrutablemente, siempre se sacrificará. Ya lo dicen las leyes físicas: no puedes ver tu espalda en el espejo. Necesitaras otro espejo, quiero decir, otra fiesta. Múltiples veces pensé en la posibilidad de planear con otra persona o funcionario público dos fiestas separadas que en el día previsto se confundieran accidentalmente, por movimiento de placas tectónicas, o simplemente por descaro, pero sin que perdieran sus esencias divergentes, como en el Minotauro, o en la constitución de los argentinos. Mi intelecto piensa que está de más decir que todas las veces, este proyecto fracasa en mi mente, como en los libros incontenibles del poeta, que siempre derivaban en situaciones de muerte de sus personajes y que excedían su voluntad. Todo esto me arroja a decir que el anfitrión siempre descarta un fin festivo. Su foco está puesto, primero, en la filantropía y en cupones de descuento. Después, en un momento posterior, el momento premiado en el que se libera de la carne, suspendido, volador, ergonómico: cuando se sienta en el sillón, cerca del fin, y disfruta de la compañía impar de su gato, que puede llamarse Zeus. Quiero aclarar que es una inconsecuencia clasificar este momento dentro de "Momentos de flojera", tal como una mujer hizo.
Un acto de fe sostiene siempre al anfitrión: fe en que sus convidados indefectiblemente necesitarán de él. Por primera vez en la historia de las religiones, ese acto también lo lleva al desaliento. El pensamiento del anfitrión es esencialmente subjetivo: va a creer que mientras no les dirija la palabra, los convidados permanecerán en una situación transitoria de inestabilidad antes del desastre, en un grado de imbecilidad que nadie sabe cómo, pero solo puede haber ocurrido después de años (interminables en diez) de latifundios y explotación gubernamental en la región Central de África. La región central de África es su modelo. Algunos otros, también describen este estado de los invitados como "el del gato en la caja". El pensamiento mágico del anfitrión lo convence de que los bellos durmientes solo durarán en la fiesta mientras acuda a ellos a despertarlos o a devolverles la vida, (¿acaso estaban muertos? ¿estaban inconscientes? ¿EN UN PARAÍSO FISCAL?). Por eso se dividirá el tiempo entre diversos grupos de personas, correrá para preguntarles, para "compensar el tiempo perdido", entrometerse en conversaciones ligeras que lo exceden o para intentar retomar el ritmo del relato de Ana sobre su vida, aunque que sus hermanos la hayan "vendido como esclavo a los egipcios", no puede resumirse, ¿quién puede retomar una venta de esclavos? Bueno, mientras soy el anfitrión, creo que puedo. Y ahora, como les decía, me dispongo a operar recorriendo la fiesta por grupos. No puede menos que conducirme a algunas anotaciones interesantes:
- Pero era necesario averiguarlo, aún cuando la forma no fuese la ortodoxa, ¡la creación del mundo no lo fue al principio! ¿o si, Harriet?- Tony Buda le dice a un grupo de personas
En ese momento, mi oportunidad:
- De hecho, el principio del mundo no puede ser distinto de una fila de cosas, una al lado de otra. Por ejemplo, es obvio que la mandioca, la tapioca y la carioca eran decididamente adyacentes en el principio del mundo.
- Ja. Ja. Muy gracioso, Idealista Irreductible. Pero estamos tratando un tema serio... Entonces, debía ir con ese tal doctor y disparar sin anestecia: "Oye, tú, ¿eres bueno?". Sabía que si me contestaba que sí, no podría confiar en él, por deshonesto. Pero si me daba una negativa, debía elegir entre la honestidad o la pericia. Era obvio que cualquier duda me iba a costar mi dedo meñique, y el doctor Reinier esperaba.
- ¿El doctor Reinier no es el actor que filmó "Trincheras de amor"? Y la otra película, una de guerra.
- ¡Trincheras de amor!
- Ja. Ja. Eso no tiene sentido, el doctor Reinier es conservador.
- Por eso mismo, ¿Es que nadie entendió "Trincheras de Amor"?
- Ja. Ja. ¿Podemos concentrarnos en mi maldita historia?
- ¿Estás anotando esto?
Le digo que sí:
- Sí.
Pero las dos cosas pasaban al mismo tiempo.
Me alejé. Otros grupos parecían estar haciéndolo mejor:
- ...en cambio, del otro lado yo pondría: la película de Bambi, la visita del Papa a Sudamérica y el mandato del Führer y su persistencia. Cof, cof.
O quizás, no. De ahora en más, silencio. Élide, quien (además) no termina de toser una oración para tropezarse con la otra, está lo suficientemente convencida de su vida como para pensar que pueda haber siquiera leves variaciones en el nivel de adecuación contextual de sus frases. Élide está lejos, invisible, casi inaudible, de creer que sus opiniones puedan funcionar como parámetro de clasificación del mundo. Antes clasificará por otros parámetros, como calidad de las uñas, calidad del pelo, pero sobre todo (y con ánimo de resumir) calidad de éxito en el trabajo. Después, claro, está la cuestión de los fetichistas de pie, pero mencionarlo me resultó trillado. Es mi turno de salvar la conversación, es que nadie soporta la aversión de Élide por los fetichistas de pie ("Están en todas partes"):
- ¿Y qué me dicen de esas frases hechas? ¿Acaso tienen una puntuación específica? "Miente, miente, miente. Y algo quedará", ¿la puntuación no es absolutamente patética? ¿refutadora?
Nadie me contesta. El señor Masthorpe observa. Hansa Kruger levanta una ceja. Élide Viamonte tuvo herpes los últimos cinco meses. Ahora que leo lo que anoté esa noche, le agregaría algo. Veo que la responsabilidad de un anfitrión es casi divina. El anfitrión, en una primera etapa de selección, elige un escenario, o lo alquila, o simplemente desencadena una serie de llamados sorpresivos y con fallas de transmisión que indefectiblemente hagan converger a una cantidad (elegida) de gente en un escenario increíblemente más ameno: la casa de mi vecino. Después elige las bebidas, la música y el resto. Las personas ya han sido seleccionadas. Aquella, amigos míos, es la responsabilidad mayor. El anfitrión colocará en un espacio reducido y con ventilación defectuosa a una serie, en principio, inclasificable de individuos. La segunda etapa está ya echada y es de ejecución. El anfitrión los verá interactuar. La más mínima falla en la elección podría desatar un desastre. Pero el anfitrión ya no tendrá las facultades precisas para recoger el rumbo de la fiesta, ahora sobre la alfombra. En una figura divina se convierte uno, pero no en Dios: la obra no tiene plan ni corrector. El anfitrión, cuando la cinta corre y la fiesta está en marcha, piensa que todo depende de él, pero ya estaba perdido. Y así, quienes fracasan en la primera de esas etapas se convierten en Woody Allen o en directores de cine. Quienes fracasan en la segunda, después fracasarán en la primera, y también son Woody Allen. Aunque es evidente que Woody Allen ganó alguna vez en sus fiestas, miembros de una organización dijeron que su destino ya estaba escrito y fechado. La reflexión podrá ser acertada, pero son estos bocadillos los que me mueven la conciencia. Mientras la reflexión duró, nada se escapó de mi visión, todo quedó suspendido.
La campana del timbre, salvadora. El hombre de las bebidas está ahí, por mera circunstancia argumental. Vuelvo a entrar a la casa rápidamente cuando descubro que me falta dinero. Hans Krimer me ve entrar: "Te ofreció uno de esos... "préstamos", ¿no?... pero no tenía dinero encima, así que te pidió un préstamo para su préstamo, ¡Oh, increíble! Haré una película sobre esto". Hans está viejo, por eso piensa que, después de algunas décadas, el mundo no puede ser mucho más que él mismo y el compendio de situaciones que inventó o vivió durante esa estadía en el infierno. No está de más decirlo: Hans Krimer SÍ hará una película sobre esto. Despachar al repartidor es simple cuando no está ofreciendo un préstamo o algún paquete ilegal, ¿cómo se responde a esas ofertas? La máxima autoridad moral (porque va a recibir el dinero) de pronto se degrada para dejarnos ser un poco mejores, ¡quién no puede negarse! ¡uno no debe avergonzar a la ley! ¡estar encima de ella!
El cuadro de la habitación no ha cambiado en lo sustancial. Nadie aprecia a Élide Viamonte. Hansa Kruger sigue pareciéndose al Papa. Y Tony Buda acababa de haber perpetuado en la memoria colectiva, una historia oculta de espionaje, conspiración y, tal vez, pasión. Está sentado junto a una mujer que puede ser despiadada. Ella está gritando, desesperada y haciendo movimientos espasmódicos. Creo que también llora, pero no podría decir si es jurisdicción de otra reacción. Cuando la mujer termina, Tony Buda se le acerca con la cara, aclara la garganta y dice: "Ahora sí". En algunas frases resume la historia de la mandataria, la muerte y la cirugía, y John Lennon, la que ya habíamos debatido tantas veces.
A partir de este momento, y por razones motrices, el relato se hace a partir del video que de la cena hizo Bellísima Grant. Tiempo después, todos están en la mesa. Un Espíritu sentado a la cabecera, pero uno no sabe cuándo está dejando de ser simbólico. Una mujer, de la clase de las celebradoras, celebra la película de Hans Krimer. Jamás aclararía a cual se refería, simplemente la llamaba "La Película de Krimer" y decía: "Nadie diría que fue filmada en los '40". La declaración nos había dejado mudos: ¿Era un elogio? ¿Era una frase proposicionalmente adecuada? ¿O era simplemente una mujer trastornada? Todos comen y beben: la altanería de un hombre mirando la obra continuada. Se piden platos y vasos. Yo celebro la paz en la mesa cuando Sylvan me pide un cuchillo, ensayo un monólogo nuevo: "¿Acaso no es verdad que nuestra vida es una eterna competencia contra los cuchillos, las tijeras y otros elementos punzantes que también mataron a un presidente? A la hora de abrir un paquete, un hombre no va a consultar con la tijera, va a usar sus uñas y sus dientes hasta que la presa desista. Al final del día podrá decir que ha ganado terreno en ámbitos que exceden sus funciones"...
...
Entonces yo me levanto y me marcho. Recuerdo que en ese momento había sonado el teléfono. Había atendido y me había marchado a un lugar alejado ¿o sólo había ido a la cocina? No sé si es cosa de todos, pero yo creo que el hombre entiende que puede morirse en cualquier momento, pero solo es consciente cuando habla por teléfono. Por eso es que tiene que buscar un lugar alejado. Y camina, el hombre camina mientras habla por teléfono: es una forma de reconocimiento del espacio breve de su muerte: "¿Un candelabro con tirantes deficientes? Eso tiene que doler... Un momento, ¿acaso eso es aceite? ¿Quién diablos dejó aceite en el suelo? Eso puede matarte". El teléfono despliega toda una serie de posibilidades auditivas... y empeña las visuales. Un hombre sabe que ha bajado la guardia mientras habla por teléfono. Pero si son paganos, basta una serie de movimientos elusivos, de recorridos acriteriales, de rondas pacíficas para marear a la Parca y desmayarla; el mismo desempeño se vio en Teseo. Otra hipótesis puede ser pretenciosa: el que habla por teléfono adopta la postura del loco; su interlocutor no está aquí ahora; los objetos de los que habla son invisibles; el que habla por teléfono tampoco focaliza sus pupilas. Ya no recuerdo por qué empecé a hablar sobre esto, pero, ahora hay silencio en la escena. Vuelvo a aparecer en ella. Recuerdo haber preguntado a Sylvan qué había pasado. Sylvan contestó: "Dijo la palabra. Buda dijo la palabra delante de Masthorpe". Oh, no. Hans Krimer sacude su cabeza. Élide Viamonte no es mejor que un perro. Un Espíritu es la tensión de los hombres que sacudiera a Ulises, que sacudiera a César, de todos los hombres. Sylvan se acerca a mi y me responde algo (que Tony Buda dijo la palabra, que dijo sobre Lars von Trier: "es solo un rubio sobrevalorado").
- Dices que... ... es... un rubio- Acota Masthorpe.
- Bueno, hay que pensar... es que... Si.
- ¿Y qué es lo que entiendes por rubio?
- Bueno, es que...
- Digamos que es solo tu punto de vista...
- Masthorpe, claro que solo es su opinión.
- ¿Por qué no lo averiguamos? ¡Podríamos hacer algunas pruebas...!
- Podríamos evaluar su descendencia, ¡tal vez ellos lo influenciaron!
- Es que no es rubio. No es rubio.
- Bueno, eso está sujeto a discusión.
- Y esa... es tu opinión.
- Yo creo que lo es bastante. Pero solo un tiempo.
- ¿Cuánto tiempo? ¿En su primera época? Es la menos rubia de todas.
- ¿Y qué me dicen de Morgan Freeman?
Masthorpe estaba a punto de saltar. Intenté con mi rutina sobre los cuchillos, pero nadie me
escuchó. Sylvan se acercó a mi y me lo dijo. Uno de los invitados, se había levantado y se iba. Era el reemplazo de mi Favorecedor, y había llegado con Élide Viamonte, "su cliente". Yo escuchaba a alguien gritar. Yo hubiera dicho que gritaba, pero ahora sé que estaba hablando en un idioma de Europa Oriental. Según dijeron, una relación de fraternidad ilusoria o no, lo unía a Lars von Trier. Sylvan me llevó hasta él.
- Pero ese no es un invitado ¡Es Rose! ¡Rose McCarter!
- Lo siento, Idealista. Rose nunca llegó a la fiesta. Su hermano se indigestó con camarones.
- Ese era el hermano de Jerry... ¿Quién diablos es Rose McCarter?
El extranjero desapareció. Recuerdo que olía a limón, como la mujer hermosa, pero solo era un europeo. Al menos todos lo habíamos pasado bien. Incluso mi Favorecedor, quien con ánimo final e inútil de ir a la fiesta, deambuló toda la noche hasta llegar a una casa luminosa de las dos de la madrugada. Tocó las palmas en el ambiente de borrachos. Las personas bailaron al compás y lo recibieron, un colorado, tres mujeres y el rubio de Lars von Triers, que visitaba el país. De más está aclarar que eso también era una película, y salimos en ella, mencionados por mi Favorecedor.
Hay algo extraño con los anfitriones. Después de todo, ya lo sabemos. Son el sacrificio. No hay mayor ánimo lúdico en sus fines. Su motivación es de los para-altruistas (altruistas que velan por el altruismo). Sus invitados siempre están muriendo. Todo siempre está a punto de fracasar para un anfitrión. Sin embargo, el anfitrión siempre guarda una última esperanza. No podemos decir que sea ilusoria. Está simplemente injustificada o no. Bien hacían los creadores de los Sims cuando tomaban como medida de una fiesta, un número exacto de horas. Recuerdo que cuando empecé a andar en bicicleta, no medía mi uso por la técnica, sino por la resistencia. Era una carrera agónica, un número de vueltas alrededor de la casa, como en el Imperio Romano de los últimos tiempos (los romanos inventaron también el concepto de "cuenta regresiva"). En esa agonía propia de las acciones que no le pertenecen al ser humano (como respirar bajo el agua, correr o ver una película turca), yo continuaba, allí donde otros no pierden el aliento. El justificativo: ninguno. O un momento futuro, impredecible, indefinible. También los anfitriones continúan celebrando por ese momento futuro, esa mínima esperanza ¿Acaso ese no es el modo de operar de los Testigos de Jehová?... AAAAh, los testigos de Jehová... ¿qué hay con ellos? ¿eh? Siempre pensé que ese era un apodo que otros les daban, pero hasta hace poco...
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