domingo, 10 de junio de 2012

Algunas vidas sobre nosotros- Parte II: Conclusión de alguna cosa, acostumbrado narrador y duda final


La Isla Maldicha no tardó en conquistar el ánimo de Masthorpe: muchos ya le habían hablado de ella, pero aún más de sus ocupantes. El territorio pertenecía desde hacía tiempo a unos hombres viles que arrancan tu cabeza para mostrarte el verdadero rostro de la vida y llevarte los ojos a otros lugares más bajos: esto querría decir que, si antes hubo hombres en esa isla, están todos viéndonos desde arriba. La isla, dicen, antes de estos había sido de quien fuera nuestra metrópoli: metrópoli de conquistadores que arrancan las cabezas de sus súbditos para mostrarles el verdadero rostro de la fe y llevarles los ojos a otros lugares ancestrales. Los primeros hombres viles habrían usurpado la Maldicha a los segundos, los de la fe, el 17 de Abril de 1890: su aniversario coincide con el cumpleaños de mi gato. En el transcurso, nosotros nos habríamos independizado de los segundos y habríamos heredado a la Maldicha, en manos de los primeros: los nuestros querían recuperar la isla. Sus fines eran evidentes: también ellos deseaban instalar su propio negocio de aerosillas que arranquen cabezas del suelo. Masthorpe, en cambio, solo quería evitar que nos arrancaran la cabeza. Quería venganza. Masthorpe quería destruir a los malditos enemigos. Debo decir que ya en este punto, muchos me observan que toda esta parodia se referiría en realidad a unos jóvenes argentinos con nombres de pulso firme, pulso como la mano que los duplicaba, la mano de la máquina que los apareció de un día a otro en un terreno vacilante por ancestral: ahí los mataron. No quedan muchos territorios ancestrales en el mundo. Tampoco me refiero a ellos.

Ya se ha dicho: Masthorpe quería destruir a los arranca-cabezas de la Isla. Cuando muchos lo intuyeron, dijeron que para Masthorpe, la isla Maldicha era el espacio secreto de su culto. La pieza faltante de su nacionalidad. La tierra santa. Cerca de mil cuatrocientos argumentos políticos, geográficos y legales confirmaban los derechos que nuestro territorio tenía sobre la isla. Masthorpe agregaba uno, prescindía de todos los anteriores y decía que esta era una cuestión de orgullo, una cuestión de arranca-cabezas. En una entrevista lo repite. En otra, insulta a los viles usurpadores de Maldicha pero no recuerda el nombre de la isla, o la llama "meseta". La isla no le pertenecía al país, le pertenecía a la nación de su corazón. Bueno, en verdad no le pertenecía la Isla. Una victoria le pertenecía. Cualquiera. En Italia o por ahí.

Todos sabían cuál sería la próxima jugada del Capitán Masthorpe, así que aprovecharon esta ventaja para mover antes y después sus propios peones. Le enviaron cartas de aniversario, lo invitaron al lugar marcado, lo rodearon de un grupo de fanáticos (eran sesenta) y uno de ellos se llamaba Maldicha. En todos lados se escuchaba que Masthorpe tomaría la isla. En todos lados se escuchaba que nos pertenecía, por cuestiones de orgullo. Fueron épocas turbulentas. Dejamos de ir a lugares, de jugar al voley playero, de ir a la playa o de comer. Todo habría ido demasiado bien en nuestro país si no hubiera sido por el honor que nos habían tocado. Para algunos, también por Maldicha. Masthorpe, entonces, no pudo hacer más que decidir tomar la isla, según dijeron, esa tarde. 


{Mathorpe: Vamos a condenarlos, vamos a condenarlos, y así seremos libres...
Gente numerosa: Frases de aliento
Masthorpe: ¿Qué?... Si, y la isla
Rostros confundidos


Ese mismo día organizó al grupo de sesenta hombres, que ya le eran adictos, menos yo mismo: me uní al grupo de Masthorpe por un malentendido. Le había dicho a Amelia que iría a la reunión del grupo de los sesenta solo para evitar acudir a la presentación de su libro. El resto fue fingir. Ya había tenido que simular ataques de tos frente a ella y ataques de nervios, porque también había faltado a su cumpleaños. Entonces me había unido a esos sesenta integrantes de un grupo... ¿Qué? ¡Ah! Que se llaman "Hijos de la novia". Si: los sesenta hijos de la novia, a los que me había unido; los perfectos sesenta hijos de su novia: entonces yo mismo ya era un hermano, un novio, un psicópata incestuoso más. El libro de Amelia, por su parte, era tan malo que siempre hacía alerta de estar dándole información a sus lectores: si aparecía un hombre que era el primo del protagonista, el hombre tenía que dejarlo muy en claro, como si mirara a la cámara. Se vendió muy bien en la librería del cementerio, pero esta vez los muertos no tenían nada que ver y la circunstancia de que la librería estuviera exactamente a media cuadra del cementerio no aportaba ninguna sorprendente interpretación, ni para el libro ni para Amelia: así de aburridos eran.


El Capitán Masthorpe tomó los peones que vio en su camino: tenía a su disposición vehículos y armamento suficiente para matarlos a todos. Quiero decir, para sobrevolar la isla. Previsores alfiles y reinas aguardaban al final de la trayectoria. Días después, Anthes Masthorpe aterrizaba en la isla, junto con un grupo de sesenta hombres, que se dieron por llamar "Hijos de la novia". Nadie los vio llegar porque porciones variables de Maldicha son unas de las pocas espaldas que le quedan todavía al mundo. Nadie de los cuarenta y nueve habitantes que mantienen el pie en la isla. Se pusieron a cenar antes de la cena. Los preparativos en el arte de la guerra y en el de la política son necesarios, porque en estas materias triunfa la previsión: el que ya jugó antes es seguro que vencerá. "Aunque dos no puedan vencer, como en el nacionalismo. El nacionalismo es la serpiente que se come su cola. Para un nacionalista no hay nada mejor que un antinacionalista... en otro país", me gusta la frase: está en la película "El vengador", me encanta esa película. Pero regresando a los preparativos: son francamente aburridos. A decir verdad, solo uno o dos hechos son verdaderamente interesantes en la toma de la Isla Maldicha. La noche de llegada, los sesenta y uno hicimos un fuego y cantamos, por no decir que comimos. Después de unas horas, el alcohol había diezmado al grupo, que ahora se dividía más en acostados, alejados y enfurecidos que en hijos y novios. Yo estaba sentado al lado del Capitán Masthorpe y no respiraba, porque así se debe con los grandes. A lo lejos, uno de los borrachos había derramado el vino sobre otro, pero solo uno había sacado la daga: y no era ninguno de los dos anteriores. Los otros se prestaron para el duelo, que es una necesidad estética del mundo o de Dios. Cuatro más empezaron como espectadores pero se unieron. Una vez me había pasado en el teatro, en una obra romántica. Comenté en voz alta que debíamos amansar a las fieras antes de que debiéramos empezar a contar por los padres, a falta de hijos. O quizás también por las novias (esto no lo dije). El Capitán preguntó si de verdad podía verse todo eso. En ese momento no me molestó: pero un cambio comenzaba a operarse en él. Esa misma noche me desperté por un sueño. Salí de mi tienda para comprobar que este no fuera otro de Tus sueños perversos, otro de Tus diálogos. Había un murmullo que matizaba la noche. Venía de la tienda del Capitán: había una conversación. El episodio no me cautivó en ese momento y solo puedo recordarlo parcialmente. Cierto es que hablaban muy bajo. Pero hubo una línea que seguramente iba dirigida a las presunciones historicistas del Capitán:
- El Teniente Duran estaba "grgrPensando" algo al viejo estilo (¿)Tratado de Tordesillas(?!!)... Pero no lo sé, Masthorpe. La gente es mucho más simple que eso- Se detuvo- A excepción de los pie plano valgo, claro. Ellos no lo soportarían.
- ¡AH! Son de lo peor.

El Capitán no se oía mucho. Sus palabras debían ser gestuales y de prórroga. El otro le contestaba, o tal vez, simplemente, seguía hablando.
- Ahora es imposible detenerse. Nos costaría un año volver a localizar la isla.

El interlocutor tenía razón. Las mismas fuerzas magnéticas que hacían de la isla una zona geopolíticamente ignorable, diplomáticamente sorprendente y comercialmente deudora, tardarían en revelarnos la ubicación total del territorio una vez que nos hubiéramos marchado, por las leyes físicas ya conocidas. Volver era ahora mismo una concesión del azar: ningún camino de vuelta parecía surcar el lomo de la isla. Recuerdo que Tony Buda (¡Bdaaaaah!)* me observaba en ese momento. Disimulé mis pretensiones y volví a mi tienda a dormir. 


Me desperté a la mañana siguiente con la inquietud de no haber dormido por haber soñado. Los isleños, que eran solo cuarenta y nueve, estaban reunidos en el Congreso. Era una de esas poblaciones en que resulta más fácil que los políticos caigan sobre si mismos. Nos hicieron formar en las colinas circundantes: nunca vi unas tan feas; eran de trazo apresurado. Nos habíamos escondido detrás de ellas toda la noche. Ahora el sol unitario nos enfermaba. Tony Buda me dijo que a la madrugada un tal Stetson se había acercado a nosotros, mientras nos entregábamos a los mazos o dormíamos. Stetson había revelado que los isleños se reunirían en Congreso y que ya sabían de nuestra presencia en la Isla, pero como estaban desarmados y eran liberales, habían decidido simular nuestra ausencia para salir del paso. Lo miré a Tony Buda tal como miraban las mujeres árabes a sus maridos: disfrazadas, descreídas y respirando por la boca. Unas horas después traían al Capitán Masthorpe a los empujones. Tony Buda me lo dijo: el Capitán había tenido su Momento. No era la primera vez que pasaba en la historia de la humanidad. Anthes Masthorpe, que había cultivado desde su niñez una intransigencia nacionalista, o que simplemente se había dejado estar, estaba ahora ajeno y no recordaba los fundamentos de su existencia. Lo supieron cuando le preguntaron su nacionalidad, tal como el protocolo indicaba: Masthorpe habría balbuceado, pero según muchos habría dicho que era de los holandeses, que siempre fueron unos frígidos. Jamás voy a entender como las personas pueden sufrir un descuido así. Napoleón sufrió uno de ese tipo antes de la batalla de Aspern-Essling, cerca de Viena, la que espera; se tradujo en un receso de dos meses hasta la batalla de Wagram, en la que venció, pero sin saber exactamente lo que hacía; estos recesos, no poco frecuentes en la historia, son aprovechados para visitar a la familia (una familia cualquiera), intercambiar piezas metálicas o disputar torneos de fútbol, tal como Paul McCartney nos enseñó. También Lawrence de Arabia sufrió uno. En verdad fueron los allegados de ambos quienes continuaron la tarea a partir de las ideas que estos hombres habían registrado por escrito, los comentarios en secreto y las bromas casuales. Ambos pudieron vencer y sus derrotas finales fueron producto de imprevistos como el invierno o una motocicleta (que apareció en la historia súbitamente). Incluso Erwin Rommel, el mariscal alemán, se indujo a sí mismo a uno de estos estados, por la superstición de que tanto Lawrence como Napoleón los habrían sufrido y habrían logrado así la victoria, que es también una superstición. Desafortunadamente, una vez inducido, su padrino y su tío se guiaron, para continuar su tarea, por la producción satírica de Erwin, guardada en un cajón, lo que los condujo, de pronto, a una conspiración con el bando de los Aliados. Hasta hay una explicación de los elefantes de Aníbal, por medio del concepto de la "Pérdida de los fundamentos de la existencia", y el potencial etiológico se ha extendido a los campos de la teoría literaria ("El salto Shakespeare-Marlowe" de Josefina Ludmer) y de ciencias. El Capitán Masthorpe completaba la lista y conseguía la fortuna de Napoleón y Lawrence, aunque jamás en lo literario. Al final del día, Masthorpe había reducido a los cuarenta y nueve habitantes de la Isla Maldicha. Si hubiera estado en sus cabales... ¿se hubiera alegrado de la desgracia de estos hombres? Si. Pero ahora el objetivo de destruirlos le parecía tan desconocido como el de recuperar la Isla Maldicha, o la Isla misma. 


Una curiosa aproximación a la guerra puedo ofrecer con la cómica versión de lo bélico que los hombres de Masthorpe ofrecieron: la batalla fue coreográfica. Se usaron dagas, por voluntad estética, y los hombres parecían bailar entre ellos, tal como se ve en las fotografías. Yo digo que Dios, en verdad, si escribió este episodio lo debió nombrar "una danza": la guerra, sus atributos y sus antecedentes, eran una voluntad interpretativa de los hombres. Debimos traer de regreso al Capitán, que estaba urgente. Durante tres meses no hemos hablado de esto con nadie. Hasta hoy, que nos reunimos para esto. Espero que el griterío y los insultos que lancen no sean los que al final juzguen, como criaturas infernales."

Cuando terminé de leer, mucha gente terminó de hablar. Nadie insultaba y nadie gritaba.

- ¿Usted dice que usted pensó que era momento de decir algo? Usted está aquí porque el Congreso se lo pidió.
- Sí. Pregúntele a Amelia, estaba con ella cuando lo escribí. O todas las veces que escribí.

El hombre se acomodó los anteojos para no decir algo. El Capitán Masthorpe estaba a un costado, pero adoptaba la postura requerida para una cena... en un crucero... con música lounge. Amelia estaba a mi lado y sacudía el pulgar, como en otras tribus de primates. Tony Buda había puesto una cara, pero solo porque aprobaba que lo mencionara en el relato. Volví a sentarme. Los hombres continuaron hablando. Amelia no solo me susurró algo, sino que acercó su pico para que su chasquido se hiciera reconocible en el oído interno y me invitó a la presentación de su nuevo libro. Este tipo de atención era el que Amelia le prestaba a la gente mientras leía, era una lectora narcisista. El libro no era mejor que el anterior y su presentación era mañana. Pero tampoco me suscribiría a la Revista Caras para evitar ir. Me hizo una reseña del volumen: cómo algo podía prometer tan poco, ¡tan poco para el futuro! (tampoco para el futuro), parecía que su libro saldría a la venta en un territorio del Apocalipsis. Aunque no quería ofenderla, me disculpé diciendo alguna cosa: que estábamos en sesiones y era necesario escuchar. O fingirlo.
______________________________________________________________________
*Señalé a Tony y sonreí. No sabe que tiene mal aliento y van a echarlo del trabajo.
"

Esto escribía Él sobre las sesiones del Congreso. Yo también estuve ahí y sufrí con ellos. Los hombres del congreso discutieron: ¿se podía decir que ahora estaban por encima de sus enemigos o no se podía decirlo? Estar mejor en cuanto a ser honorable. Los que se acordaban de la Isla no eran tantos como se pensaba, y muchos se repartían cosas que Masthorpe ni siquiera se imaginaba. Después discutían la cuestión de los isleños: de si debían perdonarlos o transformarlos, que no resulta en "convertirlos" sino en una mirada más comercial referida a las materias primas. Esa gente había vivido allí durante muchos años: lo que dura una vida. Pero era más relevante que sus antepasados también hubieran vivido allí. Muchos consideraban que al no compartir la nacionalidad, debían eliminarse. Para otros, los isleños podían aprender: con cursos y tarjetas graciosas; pero los primeros negaban categóricamente la posibilidad de un aprendizaje de la nacionalidad.

- ¿No se aprende?
- No.
- Entonces no se adquiere ¿Y entonces para que se fomenta?
- Se perfecciona.


Yo iba tejiendo las frases tal como se iban conjugando en mi cerebro: como capítulos de Lost; por pura fe. Se me iba revelando por etapas.

- Pero, Hugo ¡tus propios padres son inmigrantes! Hay dos opciones: o ellos aprendieron o no, pero era conveniente que los echaran del territorio.
- Si, si, eso. Lo segundo.
- ¿Soy el único que ve la paradoja?

El pequeño Hugo o el Gran Hugo jamás hubiera nacido en este territorio: es que yo pienso que cada hombre, antes de nacer, parece siempre correr el peligro de tener una nacionalidad o también otra. Pero afortunadamente, una vez que se nace ya se ha asentado. Para la siguiente pregunta hubo un empate: la mitad consideraba que la decisión debía basarse en un atributo como la nacionalidad. No lo mencionaron, pero también creían que debían rendirle culto, esbozarla, representarla en íconos, hacer canciones y administrar, según ella, su sistema de afectos y predilecciones, como la tarta de ciruela. Todos miraban a Hugo y lo aprobaban calurosamente. Todos ellos, auténticos religiosos, habían dedicado su vida a ser nacionales o a hablar como nacionales. Es curioso que todos ellos consideraran inherente una propiedad, apenas, como la nacionalidad, que estuvieron a punto de perder hasta... digamos: hasta antes de vivir. Es curioso pero si los padres de Hugo se hubieran quedado en Francia, hoy Hugo sería su peor enemigo. O simplemente Hugo el Francés. El gran Hugo el francés. De todos modos, habría una importante posibilidad de que Hugo el francés no conociera el sistema electoral de su país (el otro Hugo lee mucho), o que no hubiera leído la constitución, como le sucedió al 80% de la población mundial. O sería posible que Hugo el francés hubiera votado en contra de su gobierno actual, en su realidad paralela. O que ni siquiera hubiera votado. O que ni siquiera se sintiera francés: solo un poco. Hay una posibilidad de que Hugo el francés sea un perfecto Hugo, tal como lo conocemos y lo tenemos: nacional. En el fondo sería bueno. Mi propia versión francesa también se acerca bastante a esta que soy. Son casi idénticas. Claro que Hugo no apreciaba esto ni apreciaba la posibilidad de ser un cerdo francés: pero, como un perfecto Hugo, tenía más posibilidades de acercarse a la primera y quedarse esperando en esa fase del horror. Años y años de medidas para defender un espíritu nacional que solo pudo venir después de años y años de descuido nacionalista por parte de otras culturas anteriores y suicidas.


- ¿Cuál es? ¿Cuál es la paradoja?


Como no le contesté, siguieron la conversación. Uno de los ejes fue Stetson, el traidor. O Stetson: el leal. O quizás Stetson: entre dos mundos. Algunos pensaban que había que castigarlo por traidor, otros pensaban que había que castigarlo por leal. Otros lo premiaban por traidor o lo premiaban por leal. Este Stetson ha sido un verdadero tipo. La próxima discusión que esta gente tiene se centra en la posibilidad de purgar el territorio de la Isla para evitar el contagio. Collins se me acercó y me preguntó por mi actitud. Le refresqué todas mis opiniones que tanto lo escandalizaban. Collins no se escandalizó, pero me miró fijamente. Después me preguntó si conocía otra forma de hacer las cosas. En un grupo de millones de miembros, en diferentes lugares, con diferentes fronteras, con diferentes horarios para televisar la final de un concurso de canto, si ahí había otra forma de hacer las cosas. Yo no respondí, pero para no hacerle perder tiempo. Collins es de lo que trabajan y yo soy de los que dudan. En el medio, alguien tiene que tomar las decisiones. Afuera en la calle, los ánimos no han cambiado. Nadie conoce la Isla, como antes, pero un poco menos que después.



Algunas vidas sobre nosotros- Parte I: Biografía, opiniones e higiénico uso del Backgammon


""Entre los hechos que actualmente suceden y que son de interés general (pero que también son higiénicos), hay tan pocos como cinco o seis: y sí, cualquier hombre podrá anotarlos en su biografía sin ser arrastrado por la intensa ola de enjuiciamientos que algunos productores de televisión han desatado para asegurarse la novedad estética de unos personajes. Por ejemplo: preservar el personaje de Margaret Thatcher, frente a su homónima, quien actualmente vive en Inglaterra y se vio obligada a renunciar a las cualidades y condenas populares que tan dedicadamente le atribuían, cuya novedad vital ha expirado... notablemente. De aquellos hechos de interés general, el más aburrido es quizás el de la toma de la Isla Maldicha, por parte del Capitán Masthorpe junto a sesenta "integrantes de un grupo". A estos integrantes de un grupo, un mejor nombre no se les pudo hallar luego de varias búsquedas en enciclopedias mitológicas en alemán: en verdad, que fueran todas mitológicas sería una contingencia; el idioma era el factor delirante y pegajoso que los guionistas estaban buscando en el nombre de estos, los sesenta ¡amigos ellos! los integrantes. Estos integrantes nunca fueron soldados.

El hecho de la toma de la Isla Maldicha es breve o no, según la perspectiva histórica o psicológica. No es particularmente emocionante y puedo quedarme dormido. Pero solo ahora me cuestiono si tal vez ya sea hora de decir algunas palabras sobre el tema: ahora que Amelia lo menciona. Estas palabras serían unas palabras divididas en tres secciones. Serían palabras que empezarían como un fragmento melódico y monosilábico para después abrirse en un texto melancólico (en décimas o no) para terminar con la entrada en escena de todos los miembros frenéticos, que repiten un estribillo al pasear el campo de batalla que ya es materia del tiempo y, entonces, de los cuervos. Quiero decir: tal como sucede en la rumba. Un amigo mío bailó la rumba durante su juventud: en Bulgaria. El baile era subversivo y alguna gente que, según creo, era malvada, intentaba detenerlos, supongo que con escobas y también con bastones que usaban para picarlos: solo pueden ser ancianos quienes osen detener a los de la rumba, o simplemente gente con riesgo cardíaco. Nadie lo creería, pero la rumba búlgara era como el rock psicodélico, pero sin Jimmy Page: quiero decir el propio rock psicodélico sin Jimmy Page. Aunque, hay que decirlo, los de la rumba serían más conservadores que los hippies. Nadie lo creería: los de la rumba eran, de hecho, trabajadores rurales y conservadores que se tomaban un rato libre, quizás cuando tocaba la campana, para expresar su disconformidad bailando la rumba... Pero, ¿cómo podrían estos búlgaros querer ser infelices y bailar la rumba al mismo tiempo? No lo saben. Y aún peor: ¿quién podía pensar que esa gente estaba siendo subversiva mientras la bailaba? Tal vez los ancianos de los bastones solo pretendieran fomentarla y perfeccionarla, al tiempo que causaban heridas de tercer grado. O, al menos, eso es lo que deberían haber interpretado los mismos subversivos de la rumba, en lugar de sentirse como unos perfectos subversivos... ¿De otra forma, cuál sería la lógica de estos búlgaros opuestos al progresismo y contrarios al aborto? ¡¿Cual era esa?!... O la del Capitán Masthorpe ¿cuál era su lógica?

Volviendo a los negocios: es urgente que vuelva a hablar del Capitán Masthorpe y sus hechos. Nunca nadie tardó en pensar que el Capitán, ideólogo de la toma de Maldicha, ejecutaría ese movimiento: cuando lo preguntaban en concursos televisivos, todos lo contestaban bien. Que Masthorpe tomaría la isla era tan predecible como el 50% de las películas de final sorprendente. La toma de Maldicha era de esos puntos de la historia cuya sucesión no estaba sostenida por un acto de fe o por la asistencia de todas las causas, sino por la precedencia de los hombres, quienes obviamente ya sabían lo que vendría y estaban sentados o aburridos, esperando. Es que el capitán Masthorpe era tan nacionalista que era extranjero: una vez habló de nuestro país y lo felicitó Nigeria. A muchas personas les costaba reconocer a nuestro país en las palabras de Masthorpe: la gente debía preguntar y otros le respondían: "Sí, está hablando de nosotros": estos que respondían no eran improvisados pero tampoco eran opiómanos; después de sus respuestas, ya nadie podía sentirse externo a cualquier cosa. Las palabras de Masthorpe se asemejaban a las de los nacionalistas rusos y de tantos otros países, aunque traducidas al sueco solo pudieran pertenecerle a un extremista budista: Masthorpe no sabía mucho de historia pero no la necesitaba. Cerraba sus diálogos tocándose la barbilla. Confiaba mucho en su propia nacionalidad y atacaba a españoles, guaraníes, franceses y cualquier pueblo en general que hubiera colaborado en su surgimiento pero que se hubiera resentido lo suficiente como para atrasar su aparición, la de esta nacionalidad que Masthorpe aconsejaba, la nuestra. Criticaba mucho a los suizos, que inventaron el formato "colmo" para el chiste, ese que empieza: "¿Cuál es el colmo de...?". A Mathorpe los colmos le parecían especialmente tendenciosos. Masthorpe era tan nacionalista que era extranjero. De hecho, oscuras fuerzas sugirieron la posibilidad de que fuera holandés: los holandeses han acostumbrado ser buenos argentinos o ingleses, porque como holandeses siempre fueron unos frígidos. Los argentinos, en cambio, sirven como argentinos, pero también como chilenos o brasileros (después de un litigio) o como uruguayos (con la independencia). No corren la suerte de los suizos, que serían unos perfectos Bárbaros. Ni de los mexicanos, que en realidad solo fueron buenos como aztecas. 

El capitán Masthorpe tenía muchos méritos en su carrera y ahora la gente le decía patriota. De otra forma hubiera sido un simple militante: "Capitán Anthes Masthorpe: de nueve a quince, militante; de catorce a veinte, repostero", así es como Masthorpe firmaba. Esta firma explicaría la tendencia evidentemente compasiva de sus llamados "gestos dulces de última hora" (como en aquel día, a las catorce y cincuenta y nueve, cuando ya teniendo que volver a su casa y en la intersección entre el compromiso político y el pastelero, liberó a esos presos canadienses que ofrecían sus servicios simulando ser ingleses). De hecho, Masthorpe, militante, se dedicaba a detener a gente sospechosa de violar el sistema de nacionalidades, porque eso es lo que uno suponía que hacía un militante, así que Masthorpe aprovechó la ocurrencia del pueblo. Entre los méritos que hicieron de él un patriota está la exterminación de unos extraños personajes que aparecieron en nuestro país espontáneamente, sin conexión probable con otro y que intentaron desplazarse libremente por el territorio, ¡cómo si para ellos no hubiera regla alguna sobre ser países! Uno de ellos, de hecho, intentando imitar mis formas, fue el verdadero autor del texto de la entrada "Precursión", que luego yo copié y publiqué sin respeto por la procedencia interestelar de las palabras. Su autoría era, sin embargo, notoria, con ese estilo de sorpresa por el lenguaje que notaron algunos comentaristas y que relacionaron con cierto carácter de algunos extraterrestres que no tendrían lenguaje desde que prescindían del tiempo y de los que nada se sabía hasta el momento: esta raza no había existido necesariamente. El verdadero autor de mi texto, junto con el resto de su especie, fue liquidado por el método indoloro de una paradoja temporal. El Capitán Masthorpe la había promovido.

Tiempo más tarde, el Capitán repudió internacionalmente aquel libro que Mariah Carey, "la extranjera", publicara después de pasar dos años en el gimnasio. Se titulaba "Skinny like me"(2011) y en él hablaba de los niños hambrientos ("pero flacos") de "África y lugares". Mariah ingería la hipótesis de que "quizás nada malo" (p.2) hubiera "en ellos" (pp. 67-68) y exigía que se los dejara vivir en paz y delgados. Pero en realidad, pensaba que "hipótesis" (hypothesis) era un tipo divertido de vegetales. Masthorpe, indignado, le reclamó: dijo que sus propios niños nacionales eran increíblemente mejores y más hambrientos. Mariah Carey se mostró sorprendida. Masthorpe, entonces, la acusó de afrancesada. Mariah no contestó en ese momento: estaba atendiendo asuntos en las Islas Canarias. Masthorpe supuso que la discusión había acabado y que él había vencido por inasistencia. Así también se solía vencer a la muerte, según Masthorpe.

Además, es sabido que Masthorpe adhería al fomento de la nacionalidad por medio del método de la escolarización, con resultados impares. Desde siempre, Masthorpe prohibió la música en otros idiomas, a excepción del danés, mucho más simpático. En realidad, Masthorpe no tenía facultades o cargos públicos que le permitieran imponer la medida, de manera que aprovechó el respeto que la gente sentía por él, que era casi cultural o nacional ¿Qué seríamos sin él? Mucha gente respetuosa adoptó la medida y entendió cada una de las palabras que escuchaba en sus canciones favoritas, con excepción de algunas de origen danés. Esta gente también decía que una canción o una película era "institucional", en lugar de "bella". Con el tiempo ambos términos se asimilarían. Por otro lado, debo al Capitán Anthes Masthorpe y sus amigos el cultivo de un sentimiento inédito, pero un sentimiento que, en teoría, ya estaba latente en mi, aún cuando no estaba (a veces). La metafísica cristiana nos pareció mucho más elemental después de eso. Este sentimiento era el sentimiento de todos los nacionales. Este sentimiento estaba formado por la consistente seguridad de que a todos los nacionales nos unía el sentir que nos unía el tango. No. Que no se me malinterprete. Claro que no todos lo tocábamos, ni lo bailábamos, ni lo escuchábamos: ni siquiera lo hubiéramos reconocido en un concurso de preguntas y respuestas; al principio, nuestros antepasados lo hacían; al principio nosotros lo hacíamos, pero con el tiempo hubiera sido una redundancia. Pero el sentimiento parecía ser más fuerte. Todavía me acuerdo de los hechos de pasión que rodearon a la manzana de la época de mi niñez, y a mi, y a todos mis compañeros, y al descubrimiento de este espíritu nacional del tango y cosas. Solo el pequeño Ínfimo terminó siendo Kantiano (había entendido mal).

{Maestra: Niños, recuerden, la República está justo en el centro de su pecho. Del pecho.
Ínfimo: Maestra, creo que puedo sentirla.
Maestra: Oh, no, Ínfimo. Lo tuyo es una arritmia. El resto lo está haciendo bien.}
Si. Y de verdad que hacían.

El Capitán Masthorpe, finalmente, era considerado el mayor conocedor de perfiles nacionales. Sabía desde los perfiles más populares y conocidos, como el perfil de un inglés, de un francés y el tan conocido "Perfil de un Búlgaro", basado en un amigo. También otros como el de un serbio o el de un malgache, de más difícil acceso porque tampoco es que se los odiara tanto. En base a sus conocimientos, se promulgaron leyes que regían sobre perfiles nacionales. Algunos de los nuestros fueron castigados por suizos. Hay que ser justo y reconocerle a Masthorpe que jamás había salido del país: había aprendido estos perfiles mientras jugaba al Backgammon en Internet. Entonces era una fiesta verlo decir: "Oh, ese es un clásico chino". Y verlo decir: "Típico movimiento de un turco". O también: "Oh, no". Masthorpe no ganaba muchos partidos, y jugar era un efecto colateral de otra misión: la de averiguar perfiles que ya he explicado, ¿no?... Sí. Una vez predijo una guerra civil en Marruecos, después de jugar un partido contra un algeriano. Todos lo festejaron, incluso nuestro primer mandatario, que es una mujer, y tuvo que hacer la fiesta. La predicción no tuvo influencia alguna en el desarrollo de la guerra civil. Masthorpe siempre fue imparcial en asuntos de otros, de aquellos que no podían convertirse en nosotros.

Partida de Backgammon por internet entre un comunista y un cerdo capitalista


Partida de backgammon contra un suizo de esos