En ese momento lo entendí todo: había estado leyendo todo mal, a la inversa, como los chinos, que también son los que no se dieron cuenta de que había empezado el cristianismo. Las "cadenas de usos" que antes pensaba que eran dientes, eran en realidad los ojitos y su naricita de gato. Tenía ante mí un gato, el gato de Josefina Ludmer. Solo algo me separaba de su boquita y sus bigotes: una lapicera. Usé los bigotitos de Einstein. Pero no era cualquier gato. En un acto pasivo de coincidir, ahí estaba Ted, el gato cerebral, un gato que me inventé en el momento, ¡todo cerraba! La posición de las "cadenas de usos" obligan al gatito a estar siempre muy sugerente. Tiene mucho cerebro porque es una eminencia y eso lo representa muy bien, y además es imaginario. Ya cuando le dibujé sus orejitas apareció Sarmiento. Eso explica por qué siempre Ludmer respondía "Sarmiento" cuando un mago le preguntaba "qué tenés atrás de la oreja?". Esto marca un punto de reconciliación entre la teoría y los magos en general, que no la habían entendido (tampoco). Es un gatito de dos caras: una mira de amor, la otra es Sarmiento, el reverso del género, o sea, del gatito.
Pienso terminar con esta frase: "Así que ya saben".
Lo logro.
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*Publiqué este artículo en la revista literaria que existe, esa que es verde. Para convertirlo en entrada de blog solo tuve que sacarle el "A este", que ahora pongo entre paréntesis. Esto me pareció interesante por alguna razón.