jueves, 29 de diciembre de 2011

Una cómica versión de la realidad deriva en un encuentro explosivo con Hans Krimer

Antes que la vida es necesario aclarar que he dejado que mi gran amigo, Tony Buda (o Badaah), redactara mi último título, de forma que pudiera restablecer su situación económica. Aunque en verdad pienso que intenta conquistar a mi hermana (¡el viejo Badaah!). Realista, miembro de la Escuela Forense de Títulos, Tony, quién ciertamente no es musulmán, aseguró estar al tanto de "lo mejor en titulares últimos". Nunca creí que fuera a hacer uso de uno de estos "Tituladores", pero es lo más cerca que voy a estar de hacerme un tatuaje. De modo que no puede estar mal.

Recientemente he comprobado dos películas famosas. No me agrada la reseña porque no intento explicar porque me gusta. Me limito a improvisar una forma. Una nueva. Estaba pensando en algo como:

El Caso de Bellísima- Director: Thelonious Pancratius (interpretado por Hans Krimer)
A lo largo del mundo, distintas voces empiezan bien para hablar de las películas de Hans Krimer, pero no falta mucho para que Hans Krimer lo vaya a negar (sinceramente) todo, al juzgarlas "detallistas" o "exageradas" o "tangenciales" o, resumiendo, "geométricamente aberrantes". El caso es que muchos adolescentes, muchos padres solteros, algunos críticos de cine y otros que sí son críticos de cine frecuentan, a la hora de juzgar las películas de Hans Krimer (quiero decir, de Thelonius), las formas clásicas de la reseña, que son lineales y de hombres bajos y calvos (y de otros que sí son críticos de cine). Hans Krimer no tarda en salir al encuentro de estos clásicos que ni siquiera piensan en las ridículas implicaciones de la imagen de salir al encuentro, a diferencia de Hans Krimer, Hans Krimer (estoy tomando impulso) visionario, hombros de cincuenta años, explica que sus películas no pueden someterse a esos métodos ilusorios. De todas formas, ya a nadie sorprende la variedad casi científica de argumentos existentes para una sola película de Hans Krimer. Después de una de sus últimas películas algunos periodistas (pocos) coincidieron (por convenio) en llamarla "una nueva historia sobre nazis para hippies". Una mujer que no se llama Rose (y a quien hemos estado confundiendo con la querídisima Rose McCarter durante toda su carrera), en cambio, decidió definirla como "Interposición de dos miradas sobre el espacio: una de John García, narcotraficante, otra del mismo espacio"; pero nadie cree que signifique nada. Adams la criticó de "dura comedia infantil para niños que han dejado de fingir que no entienden". Yo, por mi parte, había interpretado (lo recuerdo) una representación de la famosa Tierra de Cinco Minutos. Es evidente que ahora todos nos reímos y tomamos el caso "por la ligera", apostando por el número de versiones para la misma película que se ensayarán, y siempre hicimos ganar a Rose para que puediera terminar de construir su acuario para salmones cansados, acuario que se negó a aceptar por no ser, en realidad, Rose McCarter.

"El caso de Bellísima" no escapa a la regla. Narra la historia de una mujer, Sylvia Smash, que se encuentra orientada a la astrología y a Júpiter en Capricornio, tiene gracia para comentar chistes de otras personas, funciona muy bien como "as bajo la manga" para resolver acciones complejas y tiene intervenciones comíquisimas. Muere treinta minutos antes de que acabe la película. Es que la verdadera historia que se narra es la de Bellísima, pero uno no puede evitar poner la atención en Sylvia, que siempre tiene las mejores líneas y las apariciones más emocionantes. Sylvia no aparece mucho. Pero si Bellísima y las mujeres estuvieran reunidas en la casa de Celeste (villano indiscutible), y una cometiera una estupidez, sería Sylvia Smash quien hiciera sus comentarios sobre enfermedades degenerativas que, en ese momento, no podrían ser atroces. Ninguna atrocidad puede ser obra de Sylvia Smash, de cabello pulcro. Dos mujeres la aplauden y una golpea sin intención a Bellísima, que carece de personaje. Creo que ese golpe era fundamental, pero ya a nadie le importa.

En el estreno de la película, Hans Krimer discutía la posibilidad de Bellísima Grant: "Es una mujer elegante que tiene la habilidad de fundamentar su existencia con existir ¿Quién no puede amar a Sylvia Smash?", ¡pero Hans! ¿Acaso no hablabas de Bellísima? Nos interesa menos el contenido de la frase que la equivocación, de naturaleza fantástica. O quizás yo mismo me confundí e impliqué a Sylvia Smash en esto. De cualquier manera, las conclusiones son innegables.

En un momento, Sylvia Smash comenta una iluminación de su mente (o, como diría Martin Luther King, tiene un sueño). Un televisor está encendido y un comercial sucede. Según el comercial, la gente debería votar por dos personas para que una de ellas fuese eliminada. Sylvia Smash abre su boca de abeja obrera y empieza a gesticular imaginando la posibilidad de un programa de televisión en el que la gente debiera elegir entre dos completos desconocidos que no varían sustancialmente entre sí, por ser desconocidos. Es un punto genial de la película en el que se critica a la sociedad de consumo, según dijeron. Después Sylvia acusa a dos hombres de obreros y sigue estando a un lado.



Un cartel promocional de la película de Krimer
tal como fue interpretada en el Reino Unido.
La tradujeron "The 39 Steps", en alusión a los escalones que
Sylvia menciona tener en su casa. La misma Sylvia aparece
en el cartel. Años más tarde, hombres confundidos,
reversionaron como "Los 39 escalones" la traducción de los ingleses.

Para autores del mundo que jamás tuvieron la posibilidad de estar sesgados por fanatismos (evidentemente suizos y frígidos) resulta increíble que "El caso de Bellísima" haya podido despistar y esquivar a críticos y presumidos alrededor del mundo, y mantenerlos ocultos tras un velo esencial.

La zona secreta de la muerte- Director: Hans Krimer

Algo extraño sucede con la zona secreta de la muerte.

Esta película (en su mayoría) es obra de una imagen. No poco arte lo es. La imagen de la locura, hacia el final, en "Mientras agonizo", es la autora del relato. La escena de la Biblioteca, en "Solarys", es apologética del resto. La Odisea, libro de misterios hecho por dioses (pero antropomórficos), pertenece a la imagen de la muerte de Héctor. Poco después, a Homero. También "La zona secreta de la muerte" pertenece a una contradicción, al menos, técnica. Es una imagen, una imagen indecible. Y digo imagen pero porque en realidad quiero decir otra cosa. Imagen es pequeña y aún no logro entenderla.

Algunos críticos la han llamado película "congestionada y azul, limítrofe de la angustia, tránsito del pasado". A pesar de estas alusiones impresionantes y tomadoras de aliento*, la historia de "La zona secreta de la muerte" sería mucho más simple, en comparación. Un hombre secreto, por ser liberal en un país comunista, o comunista en un país liberal (¡o gitano!), empieza una tarea de investigación. Si, si, claro, claro, esa tarea alude de forma constante a las superestructuras que conforman la sociedad sistemáticamente organizada en humus fértil**. Pero el interrogante del científico es el siguiente: "¿Somos los hombres menores a ello?". Y se refiere a algo mucho más ergonómico de lo que se piensa: los primeros hombres habrían sido distintos de los actuales, estipula Yatzee. Es decir, mejores. El científico, Leo Yatzee, vive en un país constreñido hasta que no quede un punto que pueda escaparse del otro, del país. Ese régimen está perpetuado por canciones felices y propagandas de televisión cuyo formato es fácilmente resumible y aprovechable: unos campesinos se acercan con demora (porque la cámara está extrañamente suspendida con un General mirando a lo inhabitado en un ángulo de cuarenta y cinco grados) pero también se acercan con mejoras salariales evidentes; abrazan al padre del amor y la amistad y le dan las gracias en un gesto en el que hubieran sobrado las palabras; el general, a quien por primera vez vemos la cara, se da vuelta y dice una palabra honda como "libertad" o "felicidad" o simplemente "Cartago, la perla del África". El afán de resumen pronto reduce las comodidades del guión a la frase final del General: él se da vuelta y dice "esperanza" o "caridad" o, tal vez, "ventajas administrativas" (en este modelo se basaría, luego, Stalin y otros lectores realistas para sus propias propagandas).

Leo Yatzee es un hombre desposeído. Vive aislado (y secreto) en su propiedad de "Las Afueras" y sueña con la revolución. "Es reacio a todo", se adelanta Krimer antes de que algunos Calumniadores del Cine se encarguen de destruir a su personaje, como ya hicieron con Charles Manson de quien dijeron "solo estaba ebrio". La madre de Yatzee muere y él le roba el dinero que ella le había heredado con el fin de hacer donativos a asociaciones diversas (que no lo incluían). Utilizará el dinero, en cambio, para restablecer su equipo de investigación. Yatzee ha estado en la India y en México, países de místicos y protestas livianas. Allí ha conocido la eternidad de un día que fue el ayuno. Dirá que de ahí hasta el final, le falta un día. Dios se lo concederá y fallecerá uno después del que le correspondiera. Este detalle obrará mártires. Yatzee ha observado que los hombres de la India actúan ante los niños como adultos. Al tercer año de su nacimiento, cada niño es enviado a la jungla para sobrevivir durante diez días o para morir. "Despierta. Es sobrevivir o morir", les dicen proféticamente, porque agotan todas las posibilidades. Recuerda esto a la misión del profeta: "Ya no es hora de dormir. Salgan al mundo a salvarlo o a leer"; muchos hombres murieron en la disyuntiva. La versión del profeta habla de salir. Los indios niegan el individuo, así que solo estipulan un cambio de estado, casi impersonal, la vigilia. Los indios, entonces, despiertan y sobreviven. O mueren. Yatzee investiga y descubre que intentan redimirse. Recuerda que en su tierra, los adultos actúan como "imbéciles" (tal es la palabra) ante sus niños. Se rebajan, entrelazan palabras con dificultad forzada y arrastran las sílabas confundiendo los significados. Tal modelo no podrá ser bueno para los niños, piensa Yatzee. Todos estos mecanismos del intelecto deben ser recuperados por el espectador, como es clásico en las películas de Hans Krimer. "Los indios se disculpan porque han hecho el ridículo". Yatzee lo dice y sonríe o quiere llorar.

En su tierra, Yatzee desarrolla una serie de experimentos prescindibles (así los llama la película y los omite). Ha publicado algunos artículos en periódicos, pero la paga ha sido prescindible (este tramo de la película parece serlo). Un atentado contra el General despierta al espectador, quien exclama "¡Oh, truenos santos! Se aproxima lo que valga" (o quizás no), pero es rápidamente disuadido por la misma película que deja al hecho desarrollarse a través de una ventana, mientras el doméstico, el siempre doméstico Yatzee se introduce en sus meditaciones. Una carta llega entonces a sus manos. Es información confidencial, pero lo participa a Yatzee. Un acertijo. Un acertijo jamás podrá ser información confidencial, porque elimina de plano a cualquier receptor. Es la más selectiva de las informaciones confidenciales. Yatzee resuelve el acertijo que lo acerca a una coordenada aérea. Por una cadena de acontecimientos fortuita, un piloto se ofrece a "arrimarlo" hacia el lugar. Tiene cuarenta años pero todos dirían lo contrario. Treinta y dos. Es un piloto juvenil que aporta "aires" a la trama. Yatzee baja de la nave luego de un tiempo. Los días no pueden ser contados en la película, cuyo tiempo es siempre representativo. Pero Yatzee tampoco parece poder contarlos ¡Desciende Yatzee! Yatzee baja. Entonces viene la imagen. O quizás no baja, porque nada es posible de ser dicho después de eso. Una red de personajes de la psicodelia. Y ni personajes ni objetos podrán ya distinguirse. Los más parecidos a los humanos, son incluso débilmente atribuibles a la divinidad. Nada se entiende en esta escena. Como tomarle una foto al sol. Una última imagen aparece de Yatzee, pero él mismo está cambiado. La revelación ha obrado mártires. Yatzee muere o no. La escena final a cortado la racha representativa. La película cierra en un remolino. Ninguna palabra puede ser dicha sobre este final. O ninguna puede ser verificable. Estimo que este será el estado por los siglos de los siglos. Mañana iré a ver Hans Krimer. Hace meses que no hemos estado juntos, desde que aquel Tsunami que nos encontró en Java (quiero decir que ambos acabamos ahí. Despeinados). Me acuesto temprano para evitar la emoción de las últimas horas.

El estudio de Hans Krimer es el de un taxidermista. Su bisabuelo lo práctico. Su abuelo lo conservo. Su padre lo dilapidó. Después está Hans Krimer, pero ningún verbo le sienta en la cadena. Claro por demás está que las cosas terminan en "dilapidar". Nos sentamos o emulamos que lo hacemos. Siempre es así con Hans Krimer.
- La he visto.
- Juro haber pagado por ella.
- Vi la película.
- ¿También crees que sea congestionada? ¡Congestionada! ¿Eso se es, eso se está? ¡Quién sabe!
- La escena final. Quiero decir: no es nuestra. No nos pertenece.
- Juro haber pagado por ella.
- ¡Diablos, Hans! ¿En dónde te metiste?
Se detuvo antes de contestar
- Estuve en la cara del mundo y ella me miró. No parecía molesta. Nos bajaron a un día que no se puede contar. Filmamos lo que debíamos filmar... ¿o quizás eso fue antes? ¿o fue antes de que nos fuéramos que llegamos? Nada era real ¡Esos hombres! Esos hombres tienen clase. No tenían nada que ver con nosotros, no eran hijos de la Creación ¿Acaso podía crearse algo desde la nada?
Presentí que Hans estaba borracho.

Salí de ahí consternado. Le había preguntado si podía llevarme. En verdad, fue un tiro al azar, un tiro de gracia. Ya conocía la respuesta de un borracho. Una mujer me dio su bendición. Esa noche cené pescado. Me dormí temprano, pero ya no se que hago hablando solo. Afirmar que me estoy volviendo loco refutaría la afirmación. Me limito, hoy si, a acostarme temprano. Temprano en la cama. Loco estaba volviendo, ataca de nuevo.



*La traducción es cuestionable.
** Eficaz forma de la argumentación para clausurar discusiones pasadas de moda.

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