martes, 12 de enero de 2010

After something. Before something. The something.

En la habitación no había ventanas porque dsdh sh yijnind. Nos pareció estrafalario pero sonreímos de a poco, porque ¡dsdh! y en ese contexto, un exceso de la imaginación. El eco no les existía porque los espacios habían sido construidos con la medida de las limitaciones. Al tiempo lo contaban por una constelación de chasquidos en la habitación, con una constelación de chasquidos en la lengua, y eran trescientos chasquidos, "tch, tch, tch: dos años". Pero ni uno solo de esos chasquidos que escuchábamos era un eco , porque habían construido las habitaciones pensando en la potenciación, en la suma algebraica, el olvido y otras vagas propiedades del intelecto, y entonces habían sentido que el chasquido era tan pequeño, en comparación con una montaña o la suma de dos infinitos. Después de los cuatro mil chasquidos, todavía el sol me pegaba en el ángulo menos sensato del cráneo, de ahí que pensásemos en la deficiencia de su kronos. Uno me dijo que ellos concebían un tiempo personal, y que para ellos, el tiempo, era la distancia de un pensamiento a otro. Era la negación del tiempo. La falta de coherencia me maravilló y después me hablaron de ghu ynyjiutu (...). Recorrimos las bibliotecas que improvisaban con la pluma de un niño, sobre el suelo. Notamos que el estante mayor estaba vacío, pero en el que estaba debajo, "el estante de debajo", un desorden perceptible, una falta de coincidencia en los lomos, la horizontalidad de los tomos, la contratapa al descubierto e incluso el montón final de libros en el suelo (a la sombra del estante último), nos arrojó que su concepto de "Biblioteca" se sintetizaba con: "el lugar en donde caen los libros y el montón de libros caídos", tal explicación estaba escondida en un balbuceo y el entendimiento nos costó veinticinco mil chasquidos. Vimos una biblioteca en la cima de un pinar, en un lecho mortuorio, pero más nos inquietó la que tenía forma de estantería. Hablaban y sus lenguas nos parecieron tan oportunas, que creímos necesario abandonar todo rastro de nuestro idioma. Escupimos. Era una dicotomía de lanzas envenenadas con pólvora anesteciante. Pero más las lanzas. Su vocales estaban tan consumadas, sus consonantes eran tan espontaneas, el grito onomatopéyico signaba el curso de las oraciones. Descubrimos el curso de las oraciones. Predijimos el curso de las oraciones. Era la lengua de la lengua, y la palabra de la luna era la luna. Estábamos tan felices que hacía ochocientos años que practicábamos el arte. Después nos guiaron por la cima de una biblioteca. Vimos un ave. Falleció. Vimos un hgisjdj, fallecieron todos menos dos y menos yo mismo, que entonces relato. Un zaguán hecho con los tomos de un libro teológico anunciaba el área de la literatura fantástica. Abrimos un libro y nos olimos en las líneas. Leímos a una mujer casta de tanto blanco uniéndose con un hombre en una dicotomía feroz. Leímos a la mujer. Leímos un falo. Leímos al hombre. Leímos un perro sobre los pies de un humano. Leímos pies. La democracia, un gobernante. Leímos la república y leímos las banderas, los escudos, un himno, leímos el catarro que lo pronunciaba. Leímos una prostituta, leímos el mar en verano y un centenar de familias que comían arena en contra de las voluntades. Leímos la contra de las voluntades. Leímos la familia y eran más de cuatro, el poder, la fama, el orgullo. Sus poderes metafísicos estaban hambrientos. Reímos porque la cortesía. Después nos alejamos casi asustados, y nos hicimos prometer algo entre llanto. Y ahora corremos, pero hasta llegar a la nave, hasta abordar la nave y escapar de estas tierras misceláneas, tortuosas, dejar de udji sdhdhyo y de dsjsjk kak. El viaje inició y yo pensé que "La Iliada" en las manos de uno de ellos, les hubiera causado risa, y de tanta risa, "La Iliada" en el suelo. Pero no hubiera sido una Biblioteca, ¡cómo se reían cuando dijimos biblioteca!

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