martes, 3 de septiembre de 2013

Gatito enjaulado con fondo de bullicio

I. Ah, bueno, lo ví

Ah, bueno, no, no, no, listo, bueno, todo listo, cierren todo, listo guarden todo, ¿vieron todo? Bueno, tápenlo, tápenlo a todo, lo que tenga que ser bebido, lo que tenga que ser partido, que quede justo en porciones como las del primer día, déjenlo todo, cómanlo todo, eso sí, cómanlo todo lo que quede, para no desperdiciar con tantos que nacieron en África. Lo ví: solo una vez; de cerca; de “usted”; en el reojo pero sin caerme de su ojo como un cuadradito para llenar: con ese perro, con ese árbol, con esa travesti.  Sin embargo, sé que lo conozco. Si, si, si, yo lo conozco. Me fui alejando, alejando, alejando, pero cuando lo vi, directamente me le fui acercándome a mí mismo: ¡la deixis es una medida de fuerza! La lengua nos hizo con su deixis ¡acosadores! ¡hogareños! ¡cartógrafos! ¡carteros! ¡amantes! ¡romanos del imperio de occidente! No podemos pasar un segundo sin estar lejos de algo o cerca de algo por culpa de la lengua y su deixis, ¿por qué no hacemos como los muertos que están siempre al lado? Porque solo pueden pensar de a una cosa y lo que piensan es lo único que tienen. Nosotros tenemos una casa en la vivimos, un vecino viviendo al lado, a un chino a medio kilómetro que vino, en realidad, desde Malasia y dejó a unos chinos que están lejos en Malasia. Los chinos están lejos. Mi madre está lejos. Yo estaba lejos hace un segundo, en la cocina ¿Por qué no hacemos como los hombres, que se enamoran de a una vez? Un hombre entra a una escena y solo puede pensar en uno. No en dos. Y si piensa en dos, los piensa de a uno. En cada momento, solo hay uno que le devuelve la pelota al pecho. Nos enamoramos de a uno: que esa sea nuestra medida. Cuando no estemos enamorados, aprovechemos para dormir y estar listos, ¡para estar cerca! Pero entonces lo ví y me fui acercando, yo me fui corriendo hasta dejarme cerca (“dejame por acá nomás”). Te juro. Lo vi. Ya no me alejo más, vos ibas para allá? Me puedo quedar atrás, vos ni me vas a escuchar, ¿eso lo vas a usar? Me puedo tirar acá… ya, ¡rompámosle la métrica al universo! Y si no me querés ver nunca jamás, nada más andá tirando de este verso, probando la resistencia de esta medida, porque cuando dos, que se que vayan a querer, se cruzan, juntan versos tan largos que no terminan en el renglón y tiran unos párrafos con más o menos coherencia, que ya nadie se gasta en marcar. Yo no me alejo más, vos seguí andando: hay dos puntos del universo que se marcan el paso. Cuando esto haya terminado, va a haber pasado un día y vamos a acordarnos de apenas dos o tres caras más.

II. Explicación de que el amor es uno para cada uno

Aunque lo conozco, lo vi solo una vez, contando desde él. Si, si, claro que yo lo conozco. Lo conocí mucho el primer día, o sea, el día: ese día. A partir de ahí lo seguí conociendo mucho más. No es que lo vi, no se me cruzó, por ejemplo, pero lo conocí desde ahí hasta después, medidas que no voy a revelar, por arrogante. Si, lo conozco, lo amo, más o menos. Pero yo lo amo literalmente. No me voy por las ramas. Agarro unas cosas y lo amo, estoy con lo puesto. No me voy a andar probando otras. No es que miro a ver qué hay y digo que lo amo. No espero mucho más de amarlo. Solo lo amo con la letra que dice lo ama: lo amo ¿Quién, que, que, perdón, usé el “que” equivocado, QUÉ clase de engendro de ciudad posindustrial, que ve mil trescientas caras por día podría negar que lo amo? Subestimamos el valor de un cuerpo y de cómo está ahí, ¡Mil trescientas caras y más para finalmente estar ahí ante tus ojos una vez! Yo vi su cara y lo amo, literalmente. Literalmente, vine siguiendo todo esto con la letra ¿Acaso los que aman a Dios no tienen solo una idea perfecta de él pero sin pedir pruebas por el miedo de que se les aparezca? ¿No es que los que aman a Dios no tienen que pedir pruebas, nada más lo aman y ese amor es perfecto? Bueno, a mí ya me jodieron: yo ya tengo su cara, un poco de él. Yo, incluso, he estado enamorado pero sin saber de quién, y el revés se daba con el frente y todo era perfecto. Ahora tengo una cara… y todavía lo amo ¿Los que amamos a Dios no tenemos, en realidad, una idea vaga de él? ¿No es que así le aceptamos todo? ¿No es que vamos a esperar hasta el matrimonio para conocerlo, directamente?: ¿Nos vamos a morir y nos lo vamos a encontrar y vamos a hacer coincidir al sujeto que amábamos con el que Está? Capaz que amamos al Dios equivocado, pero justo es igual al verdadero. Yo a él lo vi una vez y ya lo conozco y lo amo ¿no puede ser verdad? ¿No puedo amar sin ninguna prueba solo porque eso me pone contento, solo porque me ponga contento que esté? Ustedes dicen que no, ¿quiénes son ustedes? ¡USTEDES NO LUCEN PARA NADA COMO UN PERFECTO YO! ¿Cómo dicen que esto no es amor? Es injusto. Es como juzgar a Dios por cuántos goles con la mano que le hizo a los ingleses: no hizo ninguno, aunque es obvio que los ideó a todos; y entonces es obvio que va a ganar el otro dios, el Diego. O es como organizar un torneo de “ser gracioso” entre Cervantes y Sancho Panza: es obvio que Sancho Panza le va a ganar porque sabe menos, porque a él no le entra otra persona adentro, pero si un pastelito más, un pastelito más sí, ¿a ver? ¿CÓMO QUE NO ES AMOR? ¿NO PUEDO AMAR POR LO QUE NO SÉ PERO ES LO QUE PIENSO? ¿Cuánto más necesito? ¿No puedo ya haberlo conocido, ah, ya haberlo entendido todo, ya lo entendí todo, ya te tengo, como a Dios? ¿No puedo ya saber desde el primer momento quien es él, por pura suerte, por coincidencia, no puede coincidir con lo que es? ¿Y si somos animales de un minuto? CÁLLENSE, por un minuto dejen de hablar ¡Quietos todos! ¡Tengo a Dios!

III. Dios apunta de pistola

Si esto no es amor Dios no existe. Listo, tengo una pistola y le apunto a la cara de Dios, con sus ojos de dios que contienen los ojos de Dios. Es un espacio muy amplio, entran todas nuestras cabezas. No puedo fallar. Ah, y no estoy enamorado de su cara, esta cara no me conmueve, no me consuela que exista, es como un paisaje a pedido. Ahora tiene una pistola sobre su cara de Dios. Es la primera vez que uso la pistola, por eso le digo “pistola”. Y la bala, como cuando era pibito, la bala no existe y la pistola y la muerte son instrumentos del disparo, del que todos nada más esperamos oír un último ruido que vamos a hacer con la boca (¡psh!), eso es lo que esperamos y nos sorprende que no podamos explicar cómo lo hacemos, al ruido, somos escritores aficionados, nos gusta vernos escribir las palabras, oír la melodía que hacen al tipearlas: esto que escribo ahora suena a I will survive, de Gloria Gaynor, les juro. Tengo a Dios a punta de pistola. Un disparo y no deja huellas. Qué gracioso que es tener al mundo agarrado por la duda y por la deuda repentina. Ah… nadie se mueve, se quedaron todos quietos. Ah, porque lo fui a buscar a Dios pero no saben si es él en realidad. Qué fácil, toda esta variedad, toda esta gente moviéndose pero todos los nudos, todas las articulaciones de los artículos del arte, por el que han corrido sangres, todos los dos nombres juntos, todos los unos que se saben, todos los segundos nombres que no, todos agarrados y atados por la misma única mano de Dios. O no: todos sueltos. Suelto el gatillo, porque hay que atraparlo y no van a quedar huellas, es un disparo sin bala, como cuando era pibito. Si se mueve disparo y si disparo no va a quedar muerto y no va a quedar pistola. Creo que ya disparé.

IV. Gatito con bullicio de fondo

No queda ninguna huella en donde había Dios. El amor no debe ser para acordarse, capaz que el amor es para no saber. Somos escritores que borran con el codo pero, soberbios, inventan lo borrado. El amor no es de la historia, el amor no es de nuestra historia, el amor es otra historia. Sin embargo lo hicimos al amor, cuando tanto más de lo mismo tiene que quedar librado al azar del otro. Tanto más de lo mismo se mueve sobre sólidas bases: se llama amor. Pero tanto más de lo mismo no puede perdurar, no se puede saber, si se mueve de mí, llegar a él. El amor no se acaba nunca. El amor no es eterno, pero es al menos grande, como el número que viene después del último que podamos imaginarnos. Voy a hacer este ejercicio: voy a volver a leer todo lo que escribí, incluso esto que ahora escribo y leo y lo voy a leer así nomás, como una canción popular de Serbia, para todos, pero una canción popular de Argentina para los serbios. Leerlo así, poniendo los acentos mal. Separando las palabras, en otro lado. Terminando las frases, que son otras. Y pensando en un gatito:

"Ah bue no, no, no, no, lis to, bue no, to dolisto, cierren to dolisto guar den to dovie ron to doBue no, tá pe nlo tá pe nloa to dolo queté nga queser be bi do, loque ten gaque ser partido, que que dejus toen por ci on es co molas del pri merdía, dé je nlo to docóma nlo to do e so sí, có ma nlo to dolo que que de, pa ra no des per diciar con ta ntos que na ciero nen Á frica (...)"

El gatito en el que pensaron está enjaulado en una cámara gris y trata de ir hacia el bullicio de afuera. Se queda adentro un día más, en días distintos. El gatito es el amor. El bullicio era el gatito. El gatito es el amor. Es. Eh. Ah.